domingo, 25 de febrero de 2007

Actitudes ante el cáncer

Había querido ser uno de los primeros pacientes aquella mañana. Tenía 67 años de edad y llegaba acompañado de su esposa, unos pocos años menor que él.

De primera intención vi con agrado que ingresaran a consulta en pareja, porque considero que ello debería ser lo habitual, y en tal sentido cuando algún paciente acude sin compañía, le anoto en la parte final de la hoja de indicaciones (y con mayúsculas), la siguiente frase: “ES RECOMENDABLE QUE ACUDA A LAS CONSULTAS EN COMPAÑÍA DE OTRA PERSONA”; explicándole que si no tiene familiar a disposición ese día, bien puede ser un vecino, o un amigo de confianza. En mi experiencia, esto tiene un doble efecto, porque de un lado, les hace más llevadero el tiempo de espera, y de otro, durante la consulta, al explicarle el diagnóstico y la estrategia a seguir para su recuperación, existirá un tercer interlocutor, menos agobiado por la enfermedad, que puede entender cosas que el paciente con su carga de dolor puede estar pasando de lado, y entonces al retirarse juntos a su domicilio irán analizando la conversación sostenida en el interior del consultorio.

Pero cerremos el paréntesis y volvamos al caso que estamos relatando. La esposa inicia la conversación quejándose de la poca preocupación de su marido para el cuidado de su salud, ya que desde hace mucho tiempo “a pesar de estar tose y tose” viene postergando la consulta, y que esta vez ella lo estaba llevando literalmente “de la oreja”. Sobre esto, diremos que con mucha frecuencia vemos que a pesar de actitudes machistas, es la mujer quien toma las decisiones finales en el cuidado de la salud.

Manifestaron que asistían recomendados por otro paciente del consultorio, lo cual en cierta forma me agradó, por lo que les agradecí la confianza, que significaba -por esto- una razón adicional para no defraudar expectativas.

Durante la anamnesis, el paciente relata que consumía habitualmente más de veinte cigarrillos por día, y que acudía a la consulta porque en los últimos días venía presentando dolor en la región torácica, siendo esto último lo que en realidad había sido determinante para aceptar la presión de su esposa y acudir al hospital.

Lo examino y les dije que era necesario tomarle una radiografía de tórax “ahora mismo” de ser posible, porque siendo las 9 a.m., a esa hora se puede acceder al examen en la misma mañana. Aceptaron, y en menos de una hora estábamos retomando la consulta con la radiografía puesta en el negatoscopio. Diremos, a la manera de esa conocida canción salsera, que los hospitales pueden dar muestras de eficiencia “cuando las ganas se juntan…”, es decir cuando el personal de salud entiende que si se puede dar un poquito más en la atención al paciente.

Los invité a ver juntos la radiografía, y empecé a explicarle como era una placa normal …doctor -me interrumpió el paciente- entonces “esa mancha que se ve ahí no es normal”, refiriéndose a la imagen radiopaca que había en vértice derecho. Exacto, respondí, no es normal.

Entonces será neumonía o hasta puede ser un cáncer

Entonces será neumonía o hasta puede ser un cáncer, agregó…. Ante esta decidida actitud para asumir “lo que sea”, contesté: puede ser alguna de estas cosas; y agregué… “si fuera neumonía, tendría tales y tales otros síntomas…” “que yo no tengo, doctor” me interrumpió nuevamente. Mmmm, era cierto que mi primera impresión diagnóstica era un cáncer pulmonar debido a esa imagen radiográfica en paciente fumador; pero en mi cabeza giraban muchas ideas e interrogantes acerca de cómo afrontar esta situación entendiendo que también estaba la esposa en la consulta.

Ella seguía muy atenta la conversación, pero permanecía muda. Estaba ahí, sentada, sin articular una sola palabra, pero con los ojos bien abiertos.

En mi mente yo esbozaba ya el plan de trabajo, que debía incluir broncofibroscopia y tomografía pulmonar. A estas alturas, me percaté que conversamos con aparente naturalidad sobre la posibilidad que sea un cáncer de pulmón. La esposa sólo observaba.

Le explique que era conveniente transferirlo a neumología, no solo para una segunda opinión, sino porque la patología así lo ameritaba. Una semana después el paciente estaba nuevamente en el consultorio con la tomografía y el informe del aspirado bronquial. El diagnóstico era cáncer pulmonar. Me dijo que en realidad había solicitado la consulta conmigo para comunicarme los hallazgos, a la vez agradecerme la atención personalizada de la que era objeto, y que –por supuesto- el neumólogo también lo estaba tratando con mucha amabilidad.

Doctor que hago para no fumar?

Pero doctor, me pregunta, ¿que hago para no fumar? Entonces le propuse acompañarlo a realizar un acto simbólico: “comprar una cajetilla de cigarrillos, y en acto público, sin consumir uno solo, él debía proceder a incinerar toda la cajetilla”. Era indudablemente una terapia de shock: ahora o nunca, una manera de romper definitivamente con el hábito de fumar.

El paciente sonríe y me dice “doctor, eso es fácil plantearlo, pero tengo más de veinte años fumando y me es imposible dejar de hacerlo. Mire, sólo he podido disminuir la cantidad a unos cuantos cigarrillos, y ahora me protejo un poco más…”, mostrándome una ampolleta de anestesia odontológica, la cual había rellenado de algodón, para que le sirva de filtro adicional al momento de fumar.

Habíamos entrado en confianza, y empezó a contarme cómo estaba organizando su vida futura; que estaba leyendo bastante sobre cáncer pulmonar a través de internet, y que tenía la impresión que podía vivir a lo más un año. Me habló de sus hijos “que ya están formados” y viven en el extranjero; y que tenia que conversar con ellos, para ver cual de los hijos iba a llevarse a la madre. Por supuesto –señaló- que la señora no sabe nada de mis planes, pero yo tengo la obligación de prever todo esto. Además doctor, me voy a ir con un gran sentimiento de culpa, porque he convertido a mi esposa en “fumador pasivo”, concluyó.

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