Todo hijo tiene los mejores recuerdos de su madre.
Ella ya no comparte
físicamente nuestro espacio familiar, pero se mantiene vigente para todos los
tiempos en la memoria de los que la amamos. Hace 2 años justamente un 13 de mayo,
partió al lado de mi padre.
Al empezar a escribir esta
nota en su recuerdo y en su homenaje, de pronto me vino a la memoria mi época
de estudiante universitario. Yo vivía en un cuarto en los Barrios Altos cerca
al hospital Dos de Mayo donde, aprovechando la cercanía acompañaba a los
médicos en sus guardias con lo cual iba perfilando mi formación clínica.
Los fines de semana
obligatoriamente en Chincha
Los fines de semana era
obligatorio viajar así apuradito a mi Chincha querida para estar con mis padres
y mis hermanos. Creo que ella asumía que yo no comía lo suficiente acá en Lima en
esa época, no obstante que le decía que ingería mis alimentos en el comedor de
estudiantes de la calle Cangallo, aunque nunca le dije que cariñosamente los
usuarios del mismo le llamábamos “la muerte lenta”, el cual a pesar de las
crisis que le afectaba siempre procuraba mantener un estándar aceptable para las
necesidades nutricionales de los estudiantes.
Mis desayunos y almuerzos domingueros
Recuerdo que aquella mañana,
como todos domingos ella me tenía listo un tamal de tamaño moderado que solía
acompañarlo con un bisteck de cerdo que freía mi padre y sus yucas sancochadas
“de reglamento”. Como puede verse, asumía que yo andaba con déficit
nutricional, de ahí que procuraba en un día “nivelarme” para toda la semana. Ya
ni les cuento lo del almuerzo que también parecía pantagruélico, pero así era
mi madre.
Resulta que uno de esos
domingos, luego del almuerzo empecé a tener un dolor abdominal agudo de
moderada intensidad ante lo cual opte por tomar el ómnibus con destino a Lima,
bajándome en el hospital Dos de mayo, a donde ingresé por la puerta del Servicio
de emergencia.
En la Emergencia.
Al ingresar, una de las
primeras personas con las que me encontré fue con la enfermera de turno, quien
me reconoció inmediatamente y al verme encorvado con las manos en la parte
inferior derecha del abdomen, a la cual conocemos como “fosa iliaca derecha” me
dijo que le parecía un dolor abdominal. Obvio dije para mis adentros pues mis
manos están en esa zona en instintiva posición antálgica (que comes que adivinas).
No te preocupes, voy a llamar
al doctor Aldana que está de turno agregó. Él era el residente de cirugía que
estaba de guardia, con quien felizmente nos conocíamos porque yo era un
practicante asiduo de la Emergencia.
El doctor llegó presuroso, me
hizo una rápida anamnesis y procedió al examen clínico. Luego de los cual me
debía dar su impresión diagnóstica. Yo la miraba con mucha preocupación y él
concluye: “Castro, es una apendicitis y hay que operarte ahora mismo”. Mi cabeza empezó a bullir de un
mar de cosas y creo que bien podría ahora en tiempos de las redes sociales,
colocar uno de esos emoticones de preocupación o de llanto.
La enfermera que habría estado
en todo el momento del examen al lado del cirujano, le preguntó si había que
prepararme. Claro, le contestó él, mirándome con una sonrisa malévola al tiempo
que se frotaba las manos. La enfermera casi pinchándome la nariz con su dedo índice me dice “te voy a poner un enema”,
Se imaginan cómo habría estado
yo ese momento, pensando un millón de cosas. Pero tomé una actitud serena y me hice
una pregunta desde la racionalidad médica: ¿Que tal si no es apendicitis? Mi formación
médica a esa fecha ya me había enseñado que hay diagnósticos diferenciales, es
decir que semejan un cuadro clínico que no necesariamente es.
Me palpe el abdomen, tal como
lo había aprendido de los grandes cirujanos que tenía el Dos de Mayo, como el profesor
Bambaren Chiri por mencionar solo a alguno de ellos, buscando si realmente existían
los signos característicos de apendicitis aguda, tratando de negarlos inconscientemente,
no obstante que sabía que bien podía tratarse incluso del Síndrome Mínimo de
Ivanissevich que iba con apendicitis aguda.
Una decisión arriesgada
No había otra, ya la enfermera
preparaba su enema y me miraba pícara y sonriente de reojo. El técnico ya se
aprestaba a rasurarme la zona operatoria. Es decir, todo se estaba haciendo de
acuerdo al protocolo pre quirúrgico. Pero mi cerebro seguía dando vueltas al
asunto porque no estaba totalmente convencido del diagnóstico que había hecho
el cirujano, ante lo cual opté por tomar una decisión bastante ariiesgada..
Le dije a la enfermera: un
favor Carmencita, permíteme ir al baño porque esta noticia me ha llenado la
vejiga, Porfa, regreso al toque. Ella accedió, agregando, “pero no te demores
que la sala de operaciones está desocupada”.
Al salir del baño, yo ya estaba
casi convencido que no era un cuadro apendicular clásico, ante lo cual me dije:
“Soy fuga” y así subrepticiamente me dirigí hacia otra puerta, pues ese
hospital lo conocía al dedillo y salí con destino a mi cuarto de la calle
Tarata, a escasas dos cuadras del hospital, donde me puse (yo mismo) bajo
observación clínica, pensando por supuesto en retornar a la Emergencia si la
evolución clínica así lo ameritara.
Al volver al hospital
No regresé porque los síntomas
fueron cediendo. A los días, estando en clases en el aula Sergio Bernales del hospital
me topé con la enfermera que me había atendido en la emergencia, quien me llamó
severamente la atención. Yo acepté un poco cabizbajo todo lo que me decía pues
estaba en falta ante ellos, pero mi respuesta fue dar unos saltitos en el piso diciéndole
“pero ya vez que no era apendicitis”. Pero y si hubiera sido me contestó elevando
el tono de su voz a la vez que agitaba sus manos, te podías haber complicado,
etc. Bueno pues dije, c'est la vie (así
es la vida). La clínica manda decimos los internistas.
En Chincha a la semana siguiente
A la semana siguiente al llegar
a mi casa en Chincha le conté a mi madre lo sucedido, pero así suave nomás para
que no se preocupara. Le dije que había tenido un dolor de barriga por comer
mucho y que en la Emergencia del hospital me habían puesto una inyección con lo
cual me pasó todo el problema. Se imaginan la cara que habría puesto si le
contaba la verdad. Bien dicen que hay mentiras piadosas.
Bueno, esta vez te voy a
servir un poco menos sentenció. Pero “ese un poco menos” era como decían allá:
“para llenarte el buche para una semana”.
Así era mi madre. Ese es uno
de los recuerdo que tengo de ella y de su preocupación por mi persona, lo cual solía
repetir cuando iba con mis 2 menores hijos a verla, a quienes también les daba
su tamal y mi padre le freía un bisteck de carne de cerdo.
Madre, te tenemos presente
para toda la vida. En lo personal, siempre agradecido por las atenciones que me
diste y por los valores que me inculcaste.
Etiquetas: Familiar
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