Le hubieras metido un trompón
Esta mañana fui al grifo para echar combustible a mi auto. Se trata de un establecimiento en donde acudo habitualmente para este servicio por la cercanía a mi hogar. El personal siempre está presto a atender a sus clientes. De paso diré que cada día se han ido incorporando un número mayor de mujeres en estas estaciones.
Al llegar saludé al personal, con quienes ya “somos conocidos”. Me llamó la atención encontrar a una de las chicas sentada al lado del surtidor, en una situación no habitual, porque siempre la he encontrado conversadora. Esta vez está cabizbaja y retraída.
- D: Hola, le dije, parece que algo te pasa.
G: Me está doliendo la cabeza, señor, me contestó.
D: Pero puedes tomar algo para eso.
G: He tomado varias pastillas esta mañana, y no me pasa, además ya estoy hasta con nauseas, creo que es por los medicamentos.
D: Dime, si tienes seguro, por que no vas para que te vean?
G: Acá no tenemos seguro, señor.
Nunca les había dicho mi profesión, pero esta vez me ofrecí a “darle una mirada” en la oficina del autoservicio y darle por lo menos algún sintomático hasta el día siguiente.
- D: Si deseas te veo ahora; te indico algo hasta mañana, que me buscarías en el hospital, para completar tu estudio.
G: Gracias, doctor, pero mañana no podría ir, porque no me toca libre.
D: Pero si no estas bien de salud, deberías pedir permiso a la empresa.
G: Acá no dan permiso, doctor, y si falto puedo perder el trabajo.
Pucha, dije entre mi, como no le van a permitir… pensé tal vez ingenuamente hablar con el administrador e interceder por ella, pero la grifera me dijo: no, doctor, déme algo nomás ahora y el jueves que tengo libre puedo ir a buscarlo.
El administrador nos miraba de reojo, y aunque estaba atento a los hechos, lo notaba indiferente a la situación de la pobre chica, mientras que a ella casi se le escapaban las lágrimas.
Si le cuento esto a mi abuela Cristina, seguro que me habría dicho: “le hubieras metido un trompón a ese señor”. Por cierto que ella no sabe de capitalismo salvaje. Ella sólo sabe de justicia y solidaridad.
Le di unas muestras médicas que tenía en el auto, junto con una nota para que me buscara mañana… o tal vez el jueves que tiene libre.
Etiquetas: Crónicas
2 Comentarios:
Lo menos que se merecen los explotadores es un trompón.
hay mucha gente que explota a la gente con quien trabaja y por la necesidad que existe tienen que soportar maltratos, y dejar de pensar que por ganar un poco de dinero olvidan la salud...........un trompon no es lo suficiente sino denunciarlo por abuso de los derechos humanos.
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