Discurso de homenaje al maestro José Neyra Ramírez.
En estos momentos que recordamos al gran
maestro sanfernandino, nos llega el Discurso de Homenaje pronunciado el
12 de Junio de 2009, pronunciado por el colega Juan Luis Arce Palomino,
representante de la Promoción que lleva el nombre de este ilustre
maestro.
Dada su importancia y siempre vigente
actualidad, nos permitimos publicarlo en la fecha que San Fernando le
rinde un homenaje póstumo, justo cuando se encuentra en camino a su última morada.
Discurso de Homenaje al Dr. José Neyra Ramírez
Este es un día de enorme significación
para nosotros y para la comunidad médica nacional, porque nos reunimos a
rendir homenaje y distinguir a un destacado maestro universitario y
epónimo de nuestra promoción
Es desde ya un reto poder transmitir y
conjugar nuestro sentir, el de vuestros eternos discípulos y, expresar
con elocuencia nuestra gratitud y reconocimiento al hombre, al médico,
al maestro y al ejemplo.
Al Hombre:
Que con gratitud y ternura, pondera y
recuerda la participación familiar de padres y hermanos en los años
mozos de su formación médica.
Que reconoce como referente y ejemplo al
Dr. Juan Manuel Ramírez, vuestro tío materno, condiscípulo de Voto
Bernales, (precursor de la leprologia) Corvetto (tisiólogo, primer
director de Sala Santa Rosa del Hospital 2 de Mayo) y Cipriani, miembros
de una promoción medica sanfernandina de brillantes y patriotas galenos
que contribuyeron al desarrollo de la Medicina y la Salud Publica en
los inicios del siglo XX.
Que con vuestra familia, su esposa y
vuestros hijos acompañándolos en retos y aventuras, conformo un entorno
familiar alegre y sólido.
Al cual no solo se involucro en las
Enfermedades Infecciosas y Tropicales, la Salud Pública, la docencia
universitaria, el estudio de la Historia de la Medicina; si no fue más
allá: que defendiendo la condición y la dignidad de la profesión inicia
su lucha en la Federación Medica al lado del Dr. Valega, continua esta
en el Colegio Medico como Decano y, luego consagrarse en la defensa de
los derechos de los ciudadanos al ser elegido miembro del Consejo
Nacional de la Magistratura; cumpliéndole la tarea de la defensa de la
democracia y del Estado de derecho en momentos cruciales para nuestra
patria. Es así, que posteriormente el Consejo Nacional de la
Magistratura, reconociendo sus meritos al haberse consagrado a la
defensa de los principios y valores del Constitucionalismo Peruano y a
la defensa, promoción y difusión de los Derechos Fundamentales; lo
premia con Medalla de Honor “Toribio Rodríguez de Mendoza”.
Al médico:
Cuya vocación de servicio a su Patria y
sus semejantes se tradujo en su apasionamiento por el estudio y
desarrollo de las enfermedades infecciosas y tropicales que afectaban y
afectan a nuestros compatriotas sobre todo a los más vulnerables por las
inequidades sociales aun prevalentes. Es por ello su principal interés
en la Tisiología y en la leprología de la mano de su maestro, el Dr.
Pesce. Así en ese afán partió en búsqueda de nuevos conocimientos en
Francia, Italia y Brasil, retornando a su patria a compartirlo con sus
colegas y discípulos.
Ya armado de la experiencia en el campo
clínico e investigación de dichas enfermedades, se involucra en el campo
de la Salud Pública, de manera que hace una carrera ejemplar sin saltar
ningún peldaño desde ayudante hasta viceministro.
Además, su dedicación como experticia en
la Epidemiología, lo hacen merecedor a presidir la Sociedad
correspondiente, ciencia en cuya doctrina insiste en incorporar la
mística, la ciencia y el enfoque social y consagra este pensamiento en
su discurso de orden en la Sociedad al mencionar: “…para ser un buen
epidemiólogo debe haberse sido previamente un buen clínico e
inversamente un buen clínico solamente será aquel que tenga base,
conocimientos y aficiones epidemiológicas”. En ese mismo discurso comenta con preocupación y nostalgia al referirse al epidemiólogo que: “…
ese especialista, ese hombre de campo, de sierra, de selva; ese hombre
que trepa las cordilleras en pos del tifus como diría el maestro Pesce o
ingresa a la selva en busca de la fiebre amarilla y tiene que vadear
ríos o atravesar pantanos, ese hombre decía, está siendo cada vez más
raro. Me refiero al verdadero epidemiólogo, el de la mística, el
sacrificado”.
Posteriormente, a los 47 años de
prolífica labor, se consolida su preocupación por la Historia de la
Medicina en su Obra: Imágenes Históricas de la Medicina Peruana con la
singular pasión con la que emprendió, y emprende sus continuos retos.
Ello, actualmente en un entorno en donde el médico práctico se pregunta:
¿Para qué conocer el pasado remoto de la medicina, si casi el pasado
inmediato, el de ayer, ya no me sirve para nada? Pero, con su obra,
refuta esta opinión coincidiendo con el Gran Maestro Gregorio Marañón en
afirmar que: “Leer y releer la Historia de la Medicina -insistía el
maestro Marañón- es indispensable al médico para no perder la cabeza,
para no engreírse pensando que ha tenido la suerte de vivir en una época
definitiva de la ciencia, para acoger con prudencia los nuevos avances,
para no dejarse llevar por la última palabra de moda, ocurriéndole lo
peor que le puede suceder a un médico: enfermar de soberbia”.
Es por ello, que su ejercicio profesional
ha transcendido mas allá de nuestras fronteras, haciéndose merecedor
del reconocimiento de las instituciones medicas nacionales y
extranjeras. Es así que, la comunidad médica nacional lo ha honrado con
sus condecoraciones más emblemáticas: las medallas “Hipólito Unanue” y
“Daniel Alcides Carrión” respectivamente.
Al maestro
Al cual ahora recordamos con cariño, en
las aulas de San Fernando, dictando sus clases, diremos viviendo sus
clases. En las que con su particular chispa barrioaltina y de peculiar
como agradable estilo, nos transportaba en el espacio y en el tiempo a
aquellos escenarios tales como la emergencia de la Fiebre Amarilla, la
Peste y otras enfermedades en donde verdaderos titanes de la medicina
nacional sin los avances y los recursos actuales luchaban contra estos
flagelos, buscando su causa como su cura, con ciencia, entusiasmo y
vehemencia. En donde, muchos de ellos como Carrión expusieron y
ofrendaron su vida en ello.
Tal es así, que al termino de vuestro
curso, nos motivo; cual cazadores de microbios y aprendices de médicos a
diseminarnos por nuestra querida patria al estudio y búsqueda de
soluciones a enfermedades como la leishmaniasis, bartonellosis,
hepatitis, parasitosis y otras. Ello, en un escenario de crisis
económica como de violencia social, sobre todo en las áreas rurales en
donde se iba a acometer estas hermosas pero arriesgadas empresas las
restringían. Los recursos, los conseguimos con actividades sociales y
contribuciones familiares; la asesoría, de nuestros profesores de
vuestra cátedra que compartiendo su espíritu nos acompañaron. Memorable
de todas estas expediciones, fue la de un grupo de nuestros compañeros
que desafiando distancias, climas extremos, vectores infecciosos y
subversión desde las alturas de Huari hasta las tropicales nacientes del
Marañón estudiaron la bartonellosis y leishmaniasis en dichas remotas
áreas. Es así, que el aunando el entusiasmo como la rigidez científica
en estas investigaciones, nuestros trabajos fruto de estas aventuras
cosecharon ese año y el siguiente premios de las sociedades medicas
correspondientes. Pero, ahora después de casi 21 años de ello, el mejor
reconocimiento es que aquellos trabajos de aprendices de médicos forman
parte del marco teórico que respalda las actuales estrategias en el
control de las enfermedades infecciosas prevalentes en nuestra patria.
Su preocupación docente es tal que no se
limita en el tiempo, y es así que en una publicación hace dos años, al
cumplir 60 años de dedicado magisterio hace un llamado a los
responsables de la formación médica, en especial de nuestra querida
facultad al evidenciar con preocupación que la cátedra de Enfermedades
Infecciosas y Tropicales ha dejado de ser independiente para formar
parte como un capítulo más de Medicina Interna. Buscando una vez más,
como lo hizo en nosotros formarnos sólidamente en este conocimiento
desde la infancia de nuestra profesión.
Al definirlo el cómo lo sentimos, como
nuestro maestro recurro a las palabras del Dr. Seguin quien nos dice:
“Considero que, si el logro mayor del hombre es convertirse en maestro,
ello se agranda aun cuando se trata de la Medicina. El verdadero maestro
no es quien transmite conocimientos; es quien educa. No es- lo que se
ha dicho muchas veces – el que informa, si no el que forma. No es el que
enseña sino el que inspira. El verdadero maestro es aquel a quien se
aprende más que a admirar; a respetar; aquel en quien se reconoce
autenticidad y amor. Autenticidad, cuando lo que enseña es en lo que
verdaderamente cree, lo que sinceramente aspira, lo que ciertamente
vive; y amor cuando al enseñar no está mostrando erudición o imponiendo
conocimientos, sino viviendo un cálido sentimiento unido a lo que
transmite a sus alumnos”. Así lo percibiremos siempre, querido maestro.
Al ejemplo:
De gratitud al hacer de su vida su
permanente homenaje al su maestro: el Dr. Hugo Pesce Pescetto
difundiendo su escuela, su doctrina y el trabajar en su nombre;
haciéndose digno de ser su llamado su discípulo.
Y ejemplo de vida al hacer en ella el eco
de las palabras de Pasteur quien decía: “Dichoso quien lleva dentro de
sí un Dios, un ideal de belleza, y le obedece; ideal de ciencia, ideal
de Patria, ideal de las virtudes del evangelio.
Esas son las fuentes
vivas de los grandes pensamientos y de las grandes acciones. En todas de
refleja iluminándolas, la lumbre de lo infinito”. Lo que ha llevado a
cabo con temor de Dios, el cultivo de las artes, y con su dedicación a
su Patria y sus semejantes.
Queda pues en nosotros asumir su valiosa
herencia, cultivando las virtudes; dedicando nuestras vidas al servicio
de Dios, nuestra Patria y nuestro prójimo. Ello, de manera individual
como también en el esfuerzo mancomunado de vuestros discípulos que hoy
en torno al maestro se renueva y consolida.
Juan Luis Arce Palomino
12 de junio de 2009
Promoción 1982 José Neyra Ramírez
Etiquetas: Universidad
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