domingo, 21 de enero de 2007

Cuando los hijos nos llenan de felicidad


Ayer ha sido un muy grato para nosotros, porque Marlene, la menor de mis hijos ingresó a la universidad.

Bueno, en un examen de ingreso son varios cientos los ingresantes, y cada quien lo recibe de manera particular. En el caso de mi hija Marlene, ella ingresó en el puesto N° 18 a la Facultad de Derecho, entonces esa ubicación en el ranking es lo que más nos llena de satisfacción, a tal extremo que -en términos médicos- diría que estoy caminando en una fase de inspiración perpetua, enchido de orgullo.

El día del examen nos levantamos a las 5.30 de la mañana. Después de ducharse, le serví el desayuno. En mi cábala debía tomar un café tinto como estimulante de su sistema nervioso. Teníamos que ir hasta la Molina, y nosotros vivimos en La Perla, entonces el lugar es bastante distante. En micro se demora casi una hora en llegar hasta allá. El ingreso era a las 7.30 a.m., así que salimos a las 6.30 de la mañana. La llevé en mi veloz corcel (mi fiel Hyundai azul) y llegamos en 20 minutos.

El examen terminó a las 11 de la mañana y yo formaba parte de esa multitud de padres que esperábamos ansiosos la salida de nuestros hijos.

Les dijeron que a partir de las 4 p.m. los resultados estarían en internet en el portal de la universidad, y que también les enviarían los resultados a su correo electrónico.

Al mediodía se echó a dormir, y no quise despertarla para almorzar. Se despertó a las 4.05 de la tarde y corrió a la computadora de la sala. Abrió su correo electrónico y saltó de alegría. Su juvenil rostro se inundó de alegría. Era espectacular verla saltar sobre el asiento, no sólo porque en su correo decía aprobado, sino porque también le comunicaban que había ingresado en el puesto 18°. La casa se convirtió en un loquerío.

Querida Marlene, ha sido un justo premio a tu esfuerzo.

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